lunes, 8 de diciembre de 2008

Y, ahora, una narración terrenal: la primera bestia

Querido lector (si es que el azar ha decidido ya que alguien lea mis palabras):

He aquí a mi primera bestia. Sinceramente, no recuerdo su nombre, cosa que, por lo demás, carece totalmente de importancia...

Navegaba entre la niebla al terreno inconsciente, donde cierta voracidad aparece con la perspectiva de ser saciada... buscaba aquellas migajas de emoción que me había prometido la noche y que aún me debía. La muy astuta, había tratado de sustituirlo por un combate dialéctico contra la hipócrita pureza que, asfixiada, trata por todos los medios de sostener sus "verdades" contra quien le muestra sus propias patrañas... Pero la falsedad no hace sino aumentar mi sed de contradicción.

Un imbécil me gritó algo y, entonces, apareció... surgió de entre la niebla, cual príncipe azul dispuesto a defender mi honor, el primer animalito de mi bestiario: su hombría y valentía fueron los rasgos que le encuadraron como tal. Porque, querido lector, no podrás imaginar hasta qué punto el macho infla, imponente, su pecho, cuando el sexo se perfila como posibilidad.

No obstante, debo reconocer que era atractivo... dos enormes ojos verdes, como secreciones de gripe y una bonita cara endurecida por lo burdo.

Me propuso compartir unas horas y yo, tan distinguida, le respondí: "Mientras sólo se trate de compartir una conversación agradable..." Y parpadeé para añadir humor a lo que corría por mi fuero interno.

Iniciamos una conversación entretenida, tanto, que a las cuatro preguntas me vi obligada a añadirle un poquito de diversión... y el pobre diablo me lo puso tremendamente fácil.

Se ofreció, pues, el galante caballero, a pedir el cigarrillo que me apetecía... Incluso lo encendió, sin saber fumar. "Así que tenías miedo de que ligase y te dejara solo". Y, en lugar de soltarme una frase ingeniosa, el pobrecito lo admitió. Acto seguido... "Esta noche me tengo que manchar de carmín". ¡Deseado momento que siempre había tenido que provocar! Metí la mano en el bolso, saqué mi barra de labios y, lentamente, apareció el fatal cilindro. "Y bien... ¿dónde te quieres manchar? ¿En los labios? te quedaría bien: haría resaltar el color de tus ojos...". Pero no su amor propio, sino su viril orgullo acabaron con mi jueguecito. El condenado volvió a formular su último deseo y la pobre bestia que, entre mis piernas, apenas goza de unos minutos de paz me susurró una respuesta digna de la Marquise de Merteuill: "Bueno... te propondría un polvo salvaje en el parque, pero hace mucho frío. Tú vives muy lejos y, yo, con mis padres. Así que sólo nos queda la opción de un portal".

¡Alabados sean los mezquinos a los que te limitaste a llamar cabrones! No, Amelie Fatale: a ellos debes tus estratagemas y la hace poco iniciada capacidad de mentir... Es el peor enemigo el mejor de los maestros...

"¡Vámonos!", dijo. Cuando la sangre llega al pene del macho, el tamaño de éste es mayor al del cerebro. "¿A qué tanta prisa? Termínate antes la copa". ¡Qué divertido! Y, unos minutos después, se levantó repitiendo la orden. Yo permanecí sentada, impasible "¿Qué eres: el macho dominante?" "No, no. Yo, ante todo, diálogo". Como si me esperara en la puerta del altar... Tobi -que, probablemente, así se llamase, se volvió a sentar como un buen chico. Lástima que no llevara, aquella noche, galletitas en mi bolso...

Cuando ya había sufrido bastante... De acuerdo, seré sincera: cuando mi libido aumentó un poquito más, me levanté. "¡Vámonos!". Y él me imitó. Toby tiene que aprender quién manda aquí... Salió a la carrera, como si persiguiera un palo en mitad de un parque, pero yo abroché con parsimonia cada uno de los botones de mi abrigo.

Insistió en que nos fuéramos a un hotel. "Pero es que yo nunca he follado en un portal y tengo tantas ganas de experimentarlo...". Accedió, de muy mala gana. Cogimos el ascensor hasta el último piso y allí, en un rincón, por fin empezó la suciedad animal, consuelo entre desconocidos que tan sólo anhelan llegar al final sin pensar siquiera en el que tienen frente a sí.

Adivina, querido lector... Toby utilizó su lengua para algo más que para babear... ¿no es impresionante hasta dónde puede llegar el macho, tragándose incluso su repugnancia, para obtener un simulacro de satisfacción? Debo reconocer que le compensé en su justa medida, aunque no tanto como él hubiera deseado. Después utilicé ese instrumento que Dios nos dio para asirnos a las ramas y otras animaladas por el estilo... Pido perdón a los vecinos de la octava planta del edificio en cuestión y, sobre todo, a la mujer de la limpieza... No era mi intención que alguien se resbalara con lo que allí soltó aquel semental.

Ya por fin en la calle, me pidió el número de teléfono. "Mañana me voy de viaje a Madrid", contesté. Quizás pensaba que nos íbamos a casar. Carraspeaba y escupía. "¿No tendrás en la garganta algún pelo mío, querido? Sé que es algo muy desagradable...". Entonces intentó humillarme, el muy desgraciado, como si fuera una inframujer cualquiera que se avergüenza de sus actos. Pero ignoraba que, en ciertas ocasiones, me convierto en espejo, en mímesis de la palabra ajena...

Por fin se fue Toby en un taxi, mientras yo volvía a casa cantando aquello de "Me gusta ser una zorra".