martes, 9 de junio de 2009

Yo, quejica

Siempre en este punto, en el mismo punto, aburrido, desgastado, con los mismos remolinos que se repiten.

Hace tiempo que siento que mi vida es un continuo fracaso en el que no avanzo.

Hace años que me siento impotente, débil, incapaz, estancada.

Ya es un vicio la oscuridad que se mantiene, trémula, en el idéntico techo que rebosa sobre mi cama; rebosa de recuerdos malformados, caras parturientas de quejidos en eco, fatigas en los pasos aún inexistentes.

Se perdió el día en que empecé a sentirme estatua enmudecida. Se perdió el adiós al dolor, asumido ya, inagotable, intransigente, mientras veo cómo mi vida se escapa acuchillada de reproches.

Y busco una salida. En vano.

Las cicatrices. Intactas. A veces, verbalizaciones cerradas. Otras, pequeños enanos impotentes ante el torrente. Siempre acechantes, espectantes.

Y yo me pierdo, rumoreo, me quiebro en la lucha que aún no he sido capaz de iniciar con firmeza y destreza.

Las horas muertas se burlan de mi afán de estoicismo. Y el fracaso sigue abriendo sus fauces, engullendo mi cuerpo, dándome la bienvenida a este maldito Eterno Retorno. De lo mismo.

Siempre los mismos ecos de las mismas vivencias en el mismo techo de la misma habitación de la misma vida en la misma ciudad que acompasa el mismo vals mortecino día tras día.

Y ahora, tras escribir, me siento mejor. Soy una jodida mentirosa.

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